Por: Karen Díaz en colaboración con La Antígona
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Isabel hacía las tareas del colegio de lunes a viernes para poder ir a jugar a la biblioteca el fin de semana. Cuando llegaba el sábado, después de terminar con las cosas de la casa, cogía de la mano a Julito y caminaba con paso seguro de su hermana mayor de diez años que tiene mucho mundo que mostrar a su hermanito. 

En la biblioteca no sólo encontraba a sus amigos del barrio sino también un espacio donde dejar de cuidar a Julito, un pequeño que se perdía entre los cuentos que escuchaba junto a otros niños de su edad. Ella, en esos momentos, podía dedicarse a su sueño: leer mucho para un día ser bibliotecaria como la señorita Karen. Cruzaba la puerta del salón y veía los murales. Su corazón se llenaba de alegría al saber que le esperaba una tarde entera para mirar libros, leerlos, ordenarlos y hablar sobre ellos con las voluntarias.

De un día para otro todo cambió. Al principio no entendía bien qué sucedía. Su profesora les dijo que había llegado una enfermedad nueva y que tenían que cuidarse en casa. No tener que ir al colegio sonaba divertido, pero la casa de Isabel es pequeña; la abuela, renegona y Julito muy llorón. 

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Isabel, pequeña del centro poblado UPIS Emilio del Solar. Foto: Asociación Gálvez Ronceros

Durante muchos días no supo nada del colegio, de la biblioteca o de sus amigos. En el centro poblado UPIS Emilio del Solar no hay internet y el único celular de la casa, el de su mamá, no se podía tocar. Los días pasaban pero el tiempo parecía no moverse. La abuela rezaba mucho por los que fallecían. Se sentía el temor en el ambiente. Luego comenzaron las clases en la televisión y la profesora habló por teléfono con su mamá para darle una poco alentadora noticia: el coronavirus se quedaría muchos meses. Atrás quedaron los días de libros, títeres y cine en la biblioteca. Ahora estaba vacia. 

En el Perú sólo el 39% de los hogares tiene acceso a internet. A pesar de eso, el aprendizaje se ha transformado en horas de televisión pública nacional al día en un esfuerzo para hacer frente a la pandemia que hace aún más honda la brecha educativa. Y qué decir de las bibliotecas escolares y municipales, lugares que, a pesar de los pocos recursos, existían y tuvieron que cerrar durante la cuarentena obligatoria. Ahora, cuando la mayoría de ellas están fortaleciendo sus recursos tecnológicos a distancia, la Biblioteca Comunal de Antonio Gálvez Cisneros, está obligada a encontrar formas seguras de acercarse a las personas porque a pesar de la pandemia y de la lejanía del estado, los derechos humanos de las y los niños no pueden dejar de garantizarse.

Niñas y niños no abandonan sus lecturas. Foto: AGR

Karen Chavez, gestora cultural y mediadora de lectura, es promotora de este espacio. Ella tiene el cabello inconfundible: negro y largo hasta la cintura. Habla con calma y está hecha de coraje. Los niños la aman porque está convencida de que la lectura es una necesidad básica que no debe ser impuesta sino que debe llegar como una invitación a la que aferrarse para hacer más grande el mundo.

Karen Chávez, gestora cultural. Foto: IberCultura Viva

“Cuando dieron la declaración de estado de emergencia fue muy preocupante para nosotros. Se hablaba mucho de la virtualidad, la educación a distancia, la lectura virtual, pero al ser chicos que viven en situaciones de vulnerabilidad sin tener servicios básicos, incluso la señal del teléfono llega muy baja. La biblioteca no es sólo un espacio de lectura, si no de acceso a la información, sociabilización y contención”.

Niñas y niños de la UPIS Emilio del Solar. Foto: Karien Díaz

El coronavirus, el distanciamiento y la ausencia del Estado en estas comunidades ha puesto en riesgo y vulnera el derecho humano de estos niños y niñas, de leer y a acceder a la información. Sí, ha leído bien: El derecho a leer. Así lo explica la Dra Lea Shaver, especialista en propiedad intelectual y derechos humanos: “La existencia del derecho a la lectura está implícita en la legislación universal de derechos humanos. Es interseccional e involucra el derecho a la educación, el derecho de los niños al acceso de información, el derecho a la ciencia y la cultura, los derechos culturales de las minorías y la libertad de expresión”.

Antes de la pandemia, la Biblioteca Comunal era un lugar de encuentro entre los niños de la zona rural de Chincha baja. La casa de los libros, hoy, parece estar hecha a mano por la comunidad: las paredes con murales, los árboles recién sembrados, los animalitos que son parte del paisaje y cerca, el mar. Son 25 voluntarios que junto a las familias impulsan la biblioteca y creen en la capacidad de los niños y niñas como actores y líderes del desarrollo comunitario. 

Nació en 2018 cuando la Asociación Cultural Gálvez Ronceros trajo a la UPIS Emilio del Solar una biblioteca itinerante en el día del aniversario de la comunidad. El entusiasmo de los niños logró que tengan un espacio físico que hoy en día cuenta con 1500 libros y logró su objetivo de conectar con los niños y niñas mediante actividades de promoción lectora, entre ellas el biblioburro y el cine comunitario. Tenían también el programa “Leer para construir”, que trabajaba la creatividad y el fortalecimiento de la lecto-escritura. Esta calidez era la que debía llegar hasta las casas de los pequeños de Chincha Baja.

Decididos, Karen y su equipo tomaron acción: “Nuestros pequeños menores de 8 años estaban recién aprendiendo a leer y escribir. Nosotros teníamos que encontrar la forma de mantenernos cerca así que nos tocó ir a las casas llevando libros y fichas pedagógicas”.

Fichas y materiales elaborados para los niños. Foto: Karien Diaz

Tocaban las puertas y los niños abrían. Se veían, se sonreían y compartían por un momento la calidez y la ilusión de la que estaba llena la biblioteca que ahora Karen cargaba en su mochila. Con el tiempo y gracias a los aportes y tesón de los voluntarios, lograron canalizar en donación algunos celulares y así monitorear a los niños que no tenían ese recurso para poder brindarles soporte emocional y académico por teléfono. En momentos donde la tensión carga el ambiente los adultos tienen que garantizar la supervivencia y no hay silencio dentro de las casas pequeñas y llenas.

Según el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU se reconoce los derechos de todas las personas a participar de la vida cultural y compartir los beneficios de el progreso científico. 

Lea Shaver plantea que esa introducción tiene mucho poder y la llama “vida cultural”. Esta, abarca todas las formas en que las personas buscan la creatividad y la belleza, expresando su relación con otros seres humanos. Esto incluye los libros y la literatura. Es vibrante y cambiante como los individuos y la vida misma. Para que esto se dé, es necesario garantizar el acceso a los materiales culturales y herramientas, así como garantizar la posibilidad y libertad de crear, transformar e intercambiar los objetos culturales, considerando que toda persona puede ser un autor. 

Foto: Asociación Cultural Gálvez Ronceros 

El programa de lectura resistió durante el confinamiento a pesar de las dificultades, pero también tuvieron pérdidas. “Tuvimos que dejar de asistir a dos zonas que la biblioteca cubría porque presentaban índices de contagios de covid 19 y contagiarnos pondría en riesgo al programa entero. En la comunidad donde está la biblioteca no hubo ningún caso, porque ellos no salen del campo a la zona urbana y se organizaron para lograr una cámara de protección en la entrada. La que tenía que ir con mucho cuidado soy yo, para evitar portar virus desde afuera”, comenta Karen. 

Otras actividades que la Asociación tenía en la zona urbana de Chincha se han detenido desde marzo también. Karen suspira antes de continuar. “Es que aquí en Chincha los espacios de lectura son muy escasos. En El Carmen hay dos bibliotecas comunitarias que no están atendiendo. Prestan libros pero hay tan pocos que no pueden arriesgarse a perderlos. Si antes la situación estaba jodida, ahora está mucho más. Los docentes sólo reenvían la información de “Aprendo en casa” pero no hay mucho más que eso para los que eran pequeños lectores”.

A medida de que el año avanza y el confinamiento se suaviza, poco a poco, los niños de la UPIS Emilio del Solar regresan a la sala que desde julio sólo permite la entrada dos veces por semana. A pesar de que Karen no avisa cuando llega los niños se pasan la voz y entonces hay que dividirlos en grupos para conservar el distanciamiento social. 

Foto: Asociación Cultural Gálvez Ronceros 

Ahora no sólo leen juntos. Karen también refuerza el contenido de Aprendo en casa. “Para los niños es terrible porque muchas veces los profesores no les hacen seguimiento, entonces los espacios que tenemos para disfrutar de la lectura son cortos”, dice. 

Es cierto que en un contexto de crisis el soporte del gobierno a las bibliotecas comunitarias no fue primera prioridad los primeros meses. Pero ahora, el desconfinamiento debe profundizar en estos espacios culturales en una realización progresiva, asegurando un contenido mínimo de acceso a la información y la cultura para la ciudadanía, más allá de la educación.

Foto: Asociación Cultural Gálvez Ronceros 

Así lo resume la Dra. Shaver, quien señala que, es importante considerar que a diferencia de la salud, la promoción del trabajo y otras áreas de interés público, la vida cultural no requiere tanta inversión pero sí modelos que prioricen a las personas. 

Isabel quiere ser bibliotecaria y está segura de lograrlo. En el futuro mirará atrás, hacia la pandemia del año 2020 y más allá del miedo y las pérdidas Verá a las voluntarias  tocando las puertas de los hogares más humildes para llevar información e imaginación. Isabel será bibliotecaria y recordará todo esto al reafirmar su compromiso con el derecho de leer, crear y participar. 

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